La integración social es un ejemplo del efecto opuesto al
producido por el prisma, por cuanto propone la convergencia en situaciones de
comunidad de multitud de individuos de las más variadas características. No
obstante, resulta útil aplicar una óptica de prisma a cada individuo o grupo de
ellos, con el fin de destacar la suma de un sinnúmero de rasgos individuales
que son únicos de respecto de cada persona y particulares de cada grupo. Por lo
tanto, desde esta perspectiva enfocamos la sociedad con diferentes miradas:
desde cierto ángulo observamos lo individual, desde otro lo particular, y aun
desde un tercero, cuando sea conveniente para los propósitos unificadores de la
integración, miraremos la sociedad en su conjunto, beneficiada por el aporte
particular de cada segmento en los que la hayamos dividido, así como por el
aporte individual que brinde alguna persona según su nivel de influencia.
Quizá sea por esta razón que nos resulta tan difícil contemplar a la humanidad en su conjunto sin parcialidad. Al tener ante nuestros ojos la totalidad fragmentada, nos cuesta mucho invertir el punto de vista. Es como cuando vemos los objetos que nos rodean: captamos infinidad de colores que podemos describir, analizar, clasificar y usar. Sin embargo, la luz en sí misma, como hecho físico, escapa a nuestras posibilidades inmediatas; nuestros sentidos naturales pueden percibir pero no explicar. Hacen falta conocimientos, método e instrumentos.
Quizá sea por esta razón que nos resulta tan difícil contemplar a la humanidad en su conjunto sin parcialidad. Al tener ante nuestros ojos la totalidad fragmentada, nos cuesta mucho invertir el punto de vista. Es como cuando vemos los objetos que nos rodean: captamos infinidad de colores que podemos describir, analizar, clasificar y usar. Sin embargo, la luz en sí misma, como hecho físico, escapa a nuestras posibilidades inmediatas; nuestros sentidos naturales pueden percibir pero no explicar. Hacen falta conocimientos, método e instrumentos.
De manera similar, es preciso hacernos
de un “conocimiento” de la esencia que es común a todos los seres humanos que,
si bien no tiene por qué ser científico –como en el caso de la luz física–,
requiere de la intención clara de cada persona y de su decisión de adquirirlo
para poder observar la realidad y actuar sobre ella desde una posición objetiva
y justa.
Así como la
luz es una sola y su manifestación es múltiple, la esencia común a todos los
hombres es única, aunque lo primero que vemos es la cantidad de diferencias
entre ellos, no solo de aspecto físico, edad u origen, sino de otras
características impuestas desde lo externo, como aquellas de orden económico,
cultural, educativo o religioso, entre otras. La intención, entonces, de acercarse
a esa esencia, supone un esfuerzo por cambiar la visión. No se trata de ver a
los hombres, mujeres y niños que componen la humanidad como la extrema
diversidad que muestran externamente, sino de verlos –trascendiendo esa visión
de lo aparente– en su condición básica de personas, que los iguala y emparenta.
Y es éste el punto de partida para cualquier empresa integradora. El énfasis se
pone en lo igual y no en lo diferente. Pero es preciso un total acuerdo entre
quienes acepten esta igualdad. Es decir, el acuerdo deberá abarcar la totalidad
de las características humanas, sin reservas ocultas que puedan dar lugar a
prejuicios de ninguna índole.