jueves, 31 de enero de 2008

Orbita plural

Armonía en medio de la diversidad

La integración social es un ejemplo del efecto opuesto al producido por el prisma, por cuanto propone la convergencia en situaciones de comunidad de multitud de individuos de las más variadas características. No obstante, resulta útil aplicar una óptica de prisma a cada individuo o grupo de ellos, con el fin de destacar la suma de un sinnúmero de rasgos individuales que son únicos de respecto de cada persona y particulares de cada grupo. Por lo tanto, desde esta perspectiva enfocamos la sociedad con diferentes miradas: desde cierto ángulo observamos lo individual, desde otro lo particular, y aun desde un tercero, cuando sea conveniente para los propósitos unificadores de la integración, miraremos la sociedad en su conjunto, beneficiada por el aporte particular de cada segmento en los que la hayamos dividido, así como por el aporte individual que brinde alguna persona según su nivel de influencia.
        Quizá sea por esta razón que nos resulta tan difícil contemplar a la humanidad en su conjunto sin parcialidad. Al tener ante nuestros ojos la totalidad fragmentada, nos cuesta mucho invertir el punto de vista. Es como cuando vemos los objetos que nos rodean: captamos infinidad de colores que podemos describir, analizar, clasificar y usar. Sin embargo, la luz en sí misma, como hecho físico, escapa a nuestras posibilidades inmediatas; nuestros sentidos naturales pueden percibir pero no explicar. Hacen falta conocimientos, método e instrumentos.

        De manera similar, es preciso hacernos de un “conocimiento” de la esencia que es común a todos los seres humanos que, si bien no tiene por qué ser científico –como en el caso de la luz física–, requiere de la intención clara de cada persona y de su decisión de adquirirlo para poder observar la realidad y actuar sobre ella desde una posición objetiva y justa.

        Así como la luz es una sola y su manifestación es múltiple, la esencia común a todos los hombres es única, aunque lo primero que vemos es la cantidad de diferencias entre ellos, no solo de aspecto físico, edad u origen, sino de otras características impuestas desde lo externo, como aquellas de orden económico, cultural, educativo o religioso, entre otras. La intención, entonces, de acercarse a esa esencia, supone un esfuerzo por cambiar la visión. No se trata de ver a los hombres, mujeres y niños que componen la humanidad como la extrema diversidad que muestran externamente, sino de verlos –trascendiendo esa visión de lo aparente– en su condición básica de personas, que los iguala y emparenta. Y es éste el punto de partida para cualquier empresa integradora. El énfasis se pone en lo igual y no en lo diferente. Pero es preciso un total acuerdo entre quienes acepten esta igualdad. Es decir, el acuerdo deberá abarcar la totalidad de las características humanas, sin reservas ocultas que puedan dar lugar a prejuicios de ninguna índole.

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